Hay
un momento en el que te vas repitiendo, te conviertes en una imitación de ti
mismo, de tu propia versión original que fueras alguna vez y que te empeñas en
que permanezca en la perdurabilidad de lo lineal, en la dimensión temporal,
finita, limitada. Pero ya no es lo mismo, es una simple cáscara hueca, una
envoltura ya caduca y perecedera que ha agotado su hálito fundante y ya no da
más de sí, se esfuma, se desvanece, emite su expiración final. Te vuelves en
una mera mueca, un gesto conocido, una psicofonía entrecortada que reverbera en
bucle una y otra vez, evaporándose en un éter devorador de instantes.
Ya
estás saturado de las mismas palabras, de idénticas costumbres, de acciones
desconectadas de una realidad que no es más que una copia falseada, una ficción
adulterada. Empiezas mil proyectos, concibes mil ideas, imágenes a mil, pero se
estancan en una espesa nebulosa, nada se concluye, no hay un fin concreto ni
una desembocadura determinada; un plano
de significación pasa a otro como si nada, un escenario se acopla sobre otro,
simultanea virtualidad de proyecciones sin término, y así ad infinitum.
Cada
vez se agranda más el laberinto y se estrecha el camino. No importa qué sendero
elijas, a qué dirección dirigirte, no existe ni el acierto ni el extravío,
nunca vas a llegar a ninguna parte, porque, en realidad, no hay camino. Todo es una invención tuya, tu creación mental, tu
proyección virtual; no es necesario que experimentes ni vayas a ningún lado,
pues ya eres todos los soles, todos los cielos, todos los horizontes cósmicos y
lo de más allá, porque eres de aquellos hombres que poseen dentro de sí una dimensión de más…
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