miércoles, 31 de enero de 2024

Laberinto sin camino.

 

Hay un momento en el que te vas repitiendo, te conviertes en una imitación de ti mismo, de tu propia versión original que fueras alguna vez y que te empeñas en que permanezca en la perdurabilidad de lo lineal, en la dimensión temporal, finita, limitada. Pero ya no es lo mismo, es una simple cáscara hueca, una envoltura ya caduca y perecedera que ha agotado su hálito fundante y ya no da más de sí, se esfuma, se desvanece, emite su expiración final. Te vuelves en una mera mueca, un gesto conocido, una psicofonía entrecortada que reverbera en bucle una y otra vez, evaporándose en un éter devorador de instantes.

Ya estás saturado de las mismas palabras, de idénticas costumbres, de acciones desconectadas de una realidad que no es más que una copia falseada, una ficción adulterada. Empiezas mil proyectos, concibes mil ideas, imágenes a mil, pero se estancan en una espesa nebulosa, nada se concluye, no hay un fin concreto ni una desembocadura determinada;  un plano de significación pasa a otro como si nada, un escenario se acopla sobre otro, simultanea virtualidad de proyecciones sin término, y así ad infinitum.

Cada vez se agranda más el laberinto y se estrecha el camino. No importa qué sendero elijas, a qué dirección dirigirte, no existe ni el acierto ni el extravío, nunca vas a llegar a ninguna parte, porque, en realidad, no hay camino. Todo es una invención tuya, tu creación mental, tu proyección virtual; no es necesario que experimentes ni vayas a ningún lado, pues ya eres todos los soles, todos los cielos, todos los horizontes cósmicos y lo de más allá, porque eres de aquellos hombres que poseen dentro de sí una dimensión de más


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