Cuando
el otro en ti te posea con su mal humor, con su ojeriza extrema, con su
iracundia infame, no lo pagues con los demás, no sueltes esa ponzoña emocional
al primero que tengas delante. Descárgalo en actividades constructivas como el
deporte o la creatividad artística. ¿Acaso no te das cuenta de que lo que
proyectas hacia afuera no hace más que alimentar con mayor fuerza lo que tienes
adentro? Así que piénsatelo bien antes de soltar tu bilis a alguien que pasa
por ahí sin culpa ni pena.
Si esa sensación airada te aprieta, te molesta, y bulle incontroladamente, pues te jodes y te aguantas. No eres el único al que le pasa, ni va a ser ni la primera ni la última vez que te suceda, pues la naturaleza humana tal y como está montada lleva por defecto ese programa incorporado. Acostúmbrate a vivir en esa fluctuación sensible, en ese movimiento energético, en ese vaivén emocional porque te va a acompañar el resto de tu vida en este plano —¡y si no eres consciente de ello y te identificas con su dramatismo adictivo será durante mucho más!—.
Por
mucho que medites, cultives tus potenciales psíquicos y hagas esfuerzos
sobrehumanos con técnicas milenarias o inventadas por el gurú de turno, tu
mente nunca estará silenciosa, nunca será el remanso de paz de un lago
inalterado como te hacen creer. Bonitas metáforas pero que no corresponden con
la realidad que experimentas a diario.
Tus
múltiples pensamientos y polimórficas emociones son un mar embravecido que te
van a intentar dominar y si entras en lucha con ellas te ahogarás. Deja que
aparezcan en ti, nota su presencia y surca sus intensos maremotos, permite que
te sacudan, que te zarandeen, que te balanceen.
En medio de esas turbulencias encuentra el equilibrio, tu punto cero, el cerco propio, tu Centro Absoluto.
En
ese espacio generado: crea, ingenia, invéntate. Concibe, construye, fórjate... ¡A
ti mismo!
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