Intermediarios
para todo. ¿Para quién trabajas realmente? Si quieres comer, para el
supermercado o el restaurante de turno, si te quieres vestir, para el centro
comercial o la tienda de marca que esté de moda en ese momento, si quieres
habitar en una casa, para el propietario de la misma o para el banco en cómodas
mensualidades. ¿Qué coño pasa? Simplemente para comer, vestirte y tener un
lugar donde vivir y refugiarte, que es lo
básico de lo más básico, el sistema ya te exige un esfuerzo titánico, un
peaje, un drenaje continuo que hace
desvanecerte en la rueda sin fin de la supervivencia.
Este
mundo a lo más que se puede aspirar es a sobrevivir,
nada es estable ni seguro, a la mínima todo lo que has construido puede
derruirse, evaporarse, desaparecer sin posibilidad de retorno. Tus objetivos son quimeras etéreas cuya materialización no es más que un sueño diluido en la
nada, en lo marchito, en lo caduco, en lo ya fenecido al instante de ser
concebido.
Una
rueda que gira interminablemente en una simulación de movimiento estanco, de
velocidad en plena suspensión, en una aceleración que no hace más que frenar un
tiempo que no corre, que nunca pasa, que se embalsama en las ilusiones de una
vida que se dirige hacia ninguna parte. Un compendio de rutinas en secuencias
cíclicas que achica el horizonte vital, que da la falsa sensación de llenar un
espacio agujereado que nunca se colma y, que por más que lo intentes, jamás se
colmará…
¡Cuánto antes lo aceptes, antes saldrás del bucle ratoneril que perpetúas a cada paso!
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