Adormecidos
en una no-vida planificada, en un tiempo pautado, administrado, pre-organizado. Narcotizados
por las pantallas digitales, sólo con deseos de aletargarnos y tumbarnos en un
fingido descanso para quedarnos inertes enfrente de imágenes hipnóticas con
latiguillos generadores de anclajes conductuales, que a modo de MK Ultra, cuáles
perros paulovianos, nos activan para
que nos comportemos como nos han programado: dóciles, paniaguados, cuajados,
débiles, envilecidos, abotargados, deshumanizados.
Solamente
consumir hasta atragantarnos, adictos a sus productos basura, a sus interesados servicios, a su mercado
alienante, a sus manipulaciones seductoras, a su tiránico sadomasoquismo: una de cal y otra de arena, una palmadita en
la espalda y ¡una patada en el culo!
Condicionamiento
psicópata, enganchados a un Síndrome de Estocolmo perverso, algodonizante, aniquilador. Narcisismo impostado,
burbuja solipsista y gregarismo suicida. Efectos de una degradación sin
límites, de una descomposición de tinte diarreica que se esparce por doquier. Putrefacción, hedor y mierda. Esa es la
sociedad actual.
Detrás
del telón digital, tras bambalinas humeantes, ahí están los brujos que mueven el cotarro, que
dirigen el entramado, sus argumentos, sus giros, sus diabólicos hechizos… Tú,
que ves mucho la pantalla, ¿acaso te has planteado alguna vez quién está detrás
de ella viéndote a ti? Cuando miras en un
espejo nunca sabes quién te mira desde el otro lado… ¡Gran Hermano Nigromante!
Entre
risas flojas, dramatismo de opereta y pajas mal hechas les estás entregando
toda tu energía, tu atención, tu tiempo y tu poder. ¡Espabila, coño!