Horizontes
abrientes surcan un estadio superior, fluyen sin cesar, libres, correteando por
su cauce, viéndose a sí mismos, con su propio reflejo, su única Luz: el fulgurante
destello que embriaga su Visión Total…
Siempre
pleno, bullente, en permanente estado de renovación, con incesante caudal
creativo; vitalidad desbordante, fuego vivificante, avivador de llamas
corpóreas, de flamígeras naturalezas, de sidéreas sustancias que impregnan como
firme adhesivo su propio acontecer, el destino que se fija a sí mismo, a su
ígnea impavidez, a su gélida presencia, a su impecable modo de Ser, de vivir,
de morir, de Existir, de superar su infinita condición, su inmortal limitación…
No hay linde alguna que lo contenga: Fuerza desnuda, Potencia pura, sin
aditamento, sin peso, sin dobleces ni disfraz...
El
dique se agrieta, el muro revienta, la pared cede a un sólido impulso… Un efervescente
Resplandor de otro mundo surge de la nada, todo lo penetra, no hay lugar donde
no llegue, en su omnímodo instinto contiene una intuición etéreamente compacta,
que todo reverdece, que todo ilumina, que todo colorea con una tonalidad
incandescente, digna de otra época, más allá de las eras, de la creación, de la
destrucción, del desvanecimiento fútil, de la desaparición entelequial de los ciclos…
Emerge
en lo bajo, se sumerge en lo alto, más allá de las formas, impalpable,
invisible, intangible, nunca está en la superficie, pero siempre es perceptible,
hallable en lo insondable de las Profundidades, respirable en lo incognoscible
de las Cumbres…
Permanentemente
ahí: Perenne, inafectable, igual a sí mismo, quieto, inquebrantable, inviolable,
invicto… Eterno.