Si el nivel del argumento está
en que si vemos a una persona y a un perro tirados en la calle, da más pena
éste que un ser humano, lo llevamos crudo.
El nivel de deshumanización está
creciendo a pasos agigantados, cuya consecuencia directa es el auge de un
sentimiento fuertemente animalista. ¿Qué quiere decir que en un mundo como el
de hoy donde se vapulea, explota y manipula al ser humano más que nunca
aparezca un movimiento que obvie esta cuestión y se centre en la defensa de los
derechos de los animales? ¿Por qué se centra en un solo aspecto de la
naturaleza –animales–
y no en todos los componentes que integran la misma? ¿Qué hay detrás de esta
aniquilación del valor intrínseco de lo humano?
Es misantropía pura y dura. Odio
a sí mismos y a su condición humana. Un refugio emocional en el que se
evaden imaginariamente de tanta crueldad, miseria, abominación, mezquindad y
odio; un buenismo distorsionado que
les hace convertirse en exterminadores de su propia raza: ¿Acaso podemos soportar
que todo lo que vemos en lo externo es generado por nosotros internamente? ¿Es
mejor taparnos los ojos y mirar hacia otro lado que tomar conciencia de las
pulsiones ínferas que emanamos a diario? ¿Pensáis que todo lo que ocurre en el
mundo no tiene nada que ver con vosotros? Por eso os dejáis engañar por
ideologías prefabricadas que os inoculan un falso
redentorismo hacia afuera –en este caso: suplir la carencia emocional
y la desesperanza de la propia
salvación por la preocupación y pseudo-protección de los pobrecitos animales – con el único
propósito de liquidaros internamente (¡y ya de paso liquidar vuestras cuentas
bancarias con la rentabilidad que suponen las neo-religiones laico-políticas que han creado aquellos amos
vuestros que os consideran como sucios
animales!).
Veamos: ¿Cómo puede ser que algo
normal como es que en un parque un niño grite, juegue, corra, se mueva… sea
reprendido por molestar y asustar a un perro que se encontraba a su lado, cuya
dueña –en un acto de desprecio hacia la parte más auténtica de sí misma (su
lado niña: inocencia)– le diga al animal: “no le hagas caso, es un niño tonto…”
y acto seguido le diera de beber agua de una botella (¡con chupete!) teniendo
al lado un fuente? No sé qué es peor: si el comportamiento de esa mujer,
o que el perro se haya convertido en un ser débil, miedoso, lleno de traumas y
completamente desanimalizado.
En este caso, no hay nada más
egoísta que el animalismo y la pasión
desmedida por los animales que existe en la actualidad. Simplemente nace de un
vacío existencial y dependencia emocional/afectiva hacia algo externo que lo
llene. ¿De verdad tenéis una mascota por amor a los animales o, más bien, para
colmar vuestra carencia afectiva? ¡En realidad estáis demandando amor y
manifestado a gritos que alguien os quiera! ¿Pero cómo va a ocurrir lo que
inconscientemente pretendéis si no os amáis verdaderamente a vosotros mismos?
¡Es más, si destiláis veneno a todo aquel que no piense como vosotros!
¡Vergüenza debería de daros hablar de amor cuando internamente estáis llenos de
un fervoroso rencor de (auto)odio hacia vuestra condición humana.
Es una verdadera aberración que
constantemente se publicite la muerte de animales –como el cansino tema
con los toros– y se obvie la enorme
carnicería de niños, mujeres y hombres que acontece cada día en el mundo, y
no solo por la guerra física –que existe aunque no la televisen–, sino más aún
por la psicológica: la forma tan inhumana
de vivir en este sistema. ¿No os dais cuenta que los que controlan este sistema
os consideran como animales –goyim/cerdos–? Ellos han creado
un zoológico lleno de barrotes invisibles, una granja en la que os engordan de
emociones ínferas/densas para alimentarse de vosotros con mecanismos tan
sutiles que caéis siempre en sus trampas: defender con uñas y dientes lo que
os mata.
Este proceso de ingeniería
social no es más que otra maniobra más para denigrar, humillar y degradar la
condición divina del ser humano –la auténtica, verdadera y primigenia–
descendiendo al rango de animal, e incluso más bajo que éste: al nivel de bestia, puesto que muchos
animalistas se sitúan por detrás y debajo de los animales (¿e insectos?).
¿No os dais cuenta de la inmensa
diferencia que existe entre la cosmovisión del origen divino del ser
humano –que poseían los antiguos griegos por ejemplo– respecto a la
manipulación ideológica que impera hoy, cuyo dogma sistemático es que
descendemos de un mono retrasado?
Tanto hemos interiorizado este aberrante
credo que así nos consideramos: primates sujetos a la voluntad de dioses
castigadores externos…
¡Basta ya de monsergas
aborregamentes! ¡Esto ha de terminar de una vez!
Hemos de recuperar nuestra
condición divina. En nuestro interior portamos el fuego eterno, ígneo e
incandescente del espíritu. Nunca hemos sido animales ni lo seremos jamás.
Ahora recordamos nuestro origen y sabemos quiénes somos: Somos Dioses. Y como tal, no nos doblegamos ni nos arrodillamos
ante nada ni nadie; si acaso, esos entes traumáticos, llenos de miedo y ciego
odio, que nos han esclavizado durante miles de años, deberían estar postrados a
nuestros pies. Así es, nuestra voluntad ha despertado y ahora nosotros
decidiremos nuestro destino, libre de cadenas y yugos externos.
¡Se acabó vuestro tiempo,
míseros cobardes que nunca dais la cara y os escondéis como lagartijas que sois en las sombras y
oscuridad!
Cederéis ante el fulgor de
nuestros ojos, el centelleo de nuestra presencia, la majestuosidad lumínica de
nuestro espíritu y el resplandeciente brillo de nuestra espada... Ha llegado la
hora de nuestro reinado, de la conquista de nuestra auténtica naturaleza
divina, de la liberación de nuestro
espíritu.