Basta ya de elitismos y
camarillas selectas repletos de engreídos que se piensan de una casta superior.
Aquí no hay ni superiores ni inferiores. Todos tenemos las mismas heridas, los
mismos problemas, las mismas aspiraciones, expectativas, esperanzas y miedos.
Lo único que cambia son las múltiples formas cambiantes con las que se
manifiestan en la realidad; si escarbamos un poco más allá de la mera
apariencia, una misma raíz nos iguala a todos por el mismo rasero: el miedo. ¿Y
de dónde nace este? Del miedo a la muerte.
Intentamos acaparar objetos,
bienes, relaciones, posesiones, imágenes y creencias que nos otorguen seguridad
y nos eliminen la incertidumbre que aflora en nosotros cuando pensamos que este
cuerpo y esta mente con la que en este mundo nos identificamos, pronto
desaparecerá. Esto no nos deja vivir en paz, siempre una vocecita nos recuerda
que somos finitos, prescindibles, perecederos y que del humus
procedemos y a él volveremos. ¿Por qué no somos capaces de soportar esa
tensión interna? ¿Por qué no aceptamos ese hecho tan natural como la vida
misma?
No lo podemos aguantar.
Eso corroe nuestras entrañas y en vez de aceptarlo e integrarlo en
nosotros; escapamos, huimos, nos evadimos en lo imaginario y nos
construimos una “imagen” egoica –personalidad artificial comandada por cientos
de yoes psicológicos– que nada tiene que ver con lo que es: nuestra
auténtica esencia. Ante la angustia y la inmensa sensación de soledad que
nos produce la visión nítida y transparente de lo real, nos quedamos atónitos,
a solas con nosotros mismos, nos vemos en el espejo de la realidad, nos
contemplamos desnudos por primera vez; es tal la congoja que nos entra en este
instante, que enseguida volvemos a cerrar los ojos, y preferimos dormir de
nuevo, soñar otra vez, hundirnos en el hipnotismo de sufrimiento perpetuo
y placer efímero que hemos inventado.
No resistimos a la contemplación
de nuestro verdadero Yo. Por eso nos agrupamos con más personas, por eso mismo
nos refugiamos en el fascinador gregarismo que nos deslumbra con sus ardides y
hechizos fantasmagóricos. En efecto, nos encerramos voluntariamente en la
imaginación para no sentir esa soledad inconmensurable que sentimos en ese
momento que se nos ha descubierto nuestra identidad original, creyendo que nos
salvaremos, y así es, nos salvaremos de LIBERARNOS, de una vez por todas, de
nuestras ataduras, nudos, cadenas y yugos; de romper la muralla mental que
opaca nuestra luz; de salir, por fin, del laberinto que nosotros mismos hemos
creado.
Afrontemos la soledad de ser
auténticamente nosotros mismos; si esto nos asusta, no habrá más elección que
aislarnos en lo gregario, en la medianía traumática de la mayoría, en el
conflicto dialéctico de lo social, en el enfrentamiento sistemático con el
otro, es decir, contigo mismo.
No te creas superior ni inferior
a nadie. Sigues teniendo el mismo miedo a la muerte que tu vecino y éste el
mismo que tú. Evita comparaciones con el otro y labra tu propio camino. Para
ello sólo hay una manera de actuar: Pruébate a ti mismo y comprobarás en tus
propias carnes donde tienes las programaciones mentales que te hacen caer una y
otra vez. No desistas por ello, lo mismo que te hace tropezar, te hará levantar
y avanzar; dirígete hacia aquello que te duela, que te atemorice o angustie,
acéptalo y trasciéndelo.
Este proceso lo has de transitar
tú solo. No te distraigas en ideologías, sectas, religiones, creencias o
grupúsculos que enaltezcan tu personalidad artificial. Deja a un lado los
narcóticos espiritualistas prefabricados para confundirte y entra de lleno en
ti mismo, en la espiritualidad verdadera: en la acción individual de
transmutación interna.
Atento:
Si en el espejo del mundo diario
tus heridas siguen a flor de piel, continúa por ahí, no huyas, hurga más en tus
heridas, penetra en ellas, comprende por qué están ahí y por qué sangran en
determinados momentos y circunstancias. No sucumbas a la tentación de escapar e
ir a lo cómodo, a lo controlado y a lo ya conocido.
No tengas ninguna idea
preconcebida de ti mismo y haz lo que la vida te proponga, acepta la realidad
tal cuál es y refléjate en ella, encuéntrate a través de ella, tú eres
ella, sublímala: sublímate; accede a las áureas cumbres de tu espíritu. Si te
sostienes en ti mismo hagan lo que te hagan y digan lo que te digan, te
volverás fuerte y seguro de ti mismo. Eros ganará la partida a thanatos.
Vivirás en una vital eternidad, en una creatividad inmortal.
Mantente imperturbable ante las
miradas de los demás: ellos no son ni más ni menos que tú; tampoco tú eres ni
más ni menos que ellos: tú eres tú y ellos son ellos, pero ellos forman parte
indisoluble de ti y tú de ellos. Mira dentro de ti y verás la totalidad:
Serás ellos y tú, tú y ellos.
No te hieras más.
Cierra tus cicatrices y su resplandor ígneo hará brillar tu Ser.