El sistema actual se ha convertido en la dictadura perfecta, sin fisuras,
que todo lo abarca. Es un sistema totalitario, que integra el control a través
de la sutileza y la apariencia “festiva” placentera con la coerción más cruda y
absoluta. A este respecto, Lipovetsky plantea que vivimos en un tipo de
sociedad donde “la seducción reemplaza a la coerción, el hedonismo al deber, el
gasto al ahorro, el humor a la solemnidad, la liberación a la represión, el
presente a la promesa del futuro”, lo cual, supone las precondiciones básicas
para el “turboconsumismo” actual, en la que la sociedad de consumo y el
hipercapitalismo más salvaje, se presentan a sus anchas.
El sistema ha diseñado una realidad ficticia de goce ilimitado mediante un
entramado de ocio donde se exacerba lo placentero, lo lúdico, lo festivo, la
diversión permanente, la alegría chabacanera, la estimulación prefabricada de
los deseos, la falsa felicidad y el placer consumista, para opacar la crudeza
real del sistema y la anulación a la que nos somete diariamente con su control
totalitario, su maquinaria impositiva y su esclavitud laboral. El sistema nos
somete a todo tipo de distracciones para hipnotizarnos e inducirnos a una
alucinación de “alegría ambiental” en la que no percibamos nuestra condición de
esclavos. Para ello, como ha planteado Postman, nos han sometidos a la
“ideología del entretenimiento” con la que nos envuelven en una atmosfera de superfluidades
que embotan nuestra capacidad de razonamiento, discernimiento y pensamiento
crítico-autónomo propio. De forma que esta lógica del “entretenimiento”, no
implica sólo una imposición cuya finalidad es “aplanar” nuestra mente, sino que
somos nosotros mismos quienes demandamos y exigimos un mayor entretenimiento
para “aplacar” el aburrimiento social generalizado de nuestros días,
quizás, la peor enfermedad que puede sufrir el ser
humano.
Actualmente, nuestra vida es tediosa –tedium vitae–, es un
cansancio, un aburrimiento crónico. El sistema nos ofrece siempre las mismas
cosas, y nosotros siempre hacemos lo mismo, nos repetimos continuamente, día
tras día en nuestra cargante y pesada soledad. Nos vemos ansiosos por hacer
cualquier cosa, con la simple motivación de “matar el tiempo” para que se pasen
las horas y los minutos de una existencia que estamos en el límite de no
soportar más. En vez de estar un rato con nosotros mismos y bucear en nuestras
profundidades psicológicas buscando las causas de esta apatía depresiva
generalizada que nos caracteriza a los individuos actuales, preferimos el
consuelo del consumismo patológico y de la industria del entertainment destruye-conciencias,
para olvidarnos de la aceptación de una realidad en la que hemos perdido el
rumbo de nuestra propia vida, en la que siempre estamos fijados en el exterior,
y que nunca damos abasto para colmar la angustia de nuestro vacío interior.
En consecuencia, la sociedad actual está compuesta por individuos
infantilizados que siempre están
pidiendo más y más, y que son incapaces de darse cuenta de que cada vez que
prestan más atención a todas las prebendas que oferta el sistema, más pierden
de su valioso tiempo en hacer el acto de adentrarse en sí mismos y recuperar la
autonomía y la libertad interior perdida. Sin embargo, esto parece no importar
en absoluto, puesto que estamos tan absortos e hipnotizados por la idiotez y la
mediocridad imperantes, que estamos llegando a un punto de no retorno en el que
la involución de nuestra especie se torna irreversible.
Llegados a este punto, nos surgen las siguientes cuestiones con las que
reflexionar: ¿qué podemos hacer si nuestro único propósito en la vida es
“pasarlo bien”, entretenernos y divertirnos con las prebendas que nos ofrece el
mercado? ¿Por qué adoptamos sin cuestionar el estilo de vida que nos ofrece el
sistema y no creamos uno propio?