Demasiado
tiempo callados, demasiado tiempo subsumidos en una ilusión ficticia. Olvidados del todo, recordados en la nada… Esa sensación crónica de dormir en la oniria
diurna y resoplar por el sopor inmundo que
nos espera día a día… Levantarse cada mañana a la hora que te indica otro, para
hacer lo que te ordena otro, para entregar tu vitalidad a otro. Parasitado al extremo, se escurre tu vida en
quehaceres cotidianos inútiles, inservibles e innecesarios. Te chupan hasta dejarte deshidratado, carcomida
tu piel, se comienza a momificar hasta ser un muerto viviente (¿o un viviente muerto?)… Día tras día, te vas
convirtiendo en una caricatura de ti mismo, en un fantasma escuchimizado que gira alrededor de
ideaciones alienantes e imaginaciones delirantes provenientes de lo externo; en
un vaivén de emociones sinsentido que terminan eyaculadas en un trozo
desechable de papel higiénico…
Gota a gota acabas agotado. Extraen tu aliento, tus ganas, tu movimiento.
Pierdes el norte y exaltas tus ojos. No ves más que un teatro insulso y
superficial, estulto y artificial. Un
juego que es siempre la misma historia: anular tu Individualidad Original para
difuminarte en el gregarismo infame; desgastar hasta la última esencia de tu
sangre, hasta que tus fuerzas flaqueen, te
fagocites y cedas a sus mandatos, a su pérfida jurisdicción, a su enfermizo y
abusivo arbitrio...
Te
tratan como si fueras una mercancía, un objeto inanimado, una compra-venta pueril
con la que comerciar a su antojo… ¿Somos
material vendible? ¿Quién decide nuestro precio? ¿Todos tenemos un precio? ¿Y
tú? ¿A cuánto te vendes? ¡Hoy en día el kilo de Estupidez es muy barato!
Pocos
hay Incorruptibles, menos aún Íntegros, todavía menos Soberanos de sí mismos… ¿Bastan los dedos de una mano para
contarlos? ¡Sí! ¡Con el dedo del medio es
Suficiente! ¡A la mierda los demás!