El
énfasis en la acción utilitaria y en el hacer por hacer, junto a la necesidad
vital de la rentabilización temporal de nuestra vida, se intensifica con la
dinámica acelerada de la tecnología (que se potencia aún más) y con el impulso
de la necesidad del mercado en que el acto del consumo –sobre todo en el ámbito
tecnológico– sea cada vez más veloz y frenético, lo cual, favorece que nuestro
comportamiento sea un acto reflejo de un hiperconsumismo incontrolado e
irreflexivo, donde no queda tiempo para la reflexión y la “contemplación
teorética” de nuestra “no-vida”.
Esta
sensación de no-vida o vida simulada que nos obliga a adaptarnos de forma
continua y constante a una realidad totalmente a la deriva, nos genera síntomas
de una sociedad enferma, intoxicada, envenenada y totalmente patológica hasta
el absurdo, caracterizándose más bien por la presencia masiva de depresiones,
angustia y frustración generalizada, así
como un vacío existencial y una sensación de ausencia de una vida que se escapa
entre la compra de smatphones, tablets, pc’s, ipad’s… Este ensimismamiento y
dependencia de los aparatos tecnológico-cibernéticos, hace que rehuyamos del
encuentro intersubjetivo y social, puesto que la ilusoria sensación de compañía
y adicción que producen estos objetos, hace que nos olvidemos de que la
realidad y las personas físicas existen, y como señala Godina “se puede ser un
experimentado internauta y tener las mayores dificultades para entablar un
diálogo”, siendo este fenómeno, un claro signo de deshumanización
individualizada de nuestras vidas, que, por desgracia, está cada vez más
presente. Al hilo de lo aquí argumentado, nos preguntamos las siguientes
cuestiones: ¿por qué preferimos conversar o incluso compartir confidencias por
las redes sociales antes que quedar físicamente cara a cara para efectuar esa
charla? ¿Nos va a quitar demasiado tiempo de nuestras ajetreadas vidas? ¿No
será el abuso de la tecnología digital y su consecuencia de aislamiento y
atomización lo que nos está suicidando poco a poco?
En
nuestra sociedad, la utilización masiva de las tecnologías nos está produciendo
un aborregamiento, envilecimiento y languidecería que nos lleva a una parálisis
individual y colectiva de conformismo y acomodación pasiva ante todo tipo de
conflictos, obstáculos y circunstancias adversas que se nos presentan en la
vida, ya que pensamos que con un click
desde nuestra casa, accedemos a la libertad, y ¡cuán equivocada es esa
realidad!
Parece
ser que ya hemos elegido nuestro camino como civilización; es la
no-confrontación, la evasión ante cualquier aprieto o apuro que se derive de un
compromiso con el otro. Virilio tiene razón cuando señala que la informática es
una técnica que genera una “disuasión de la comunidad social”. Tal es así, que
hemos optado por la vía individualista en la que satisfacemos nuestras
necesidades de contacto afectivo y amoroso con un hiper-consumismo tecnológico
atroz, que nos encierra en la cárcel de nuestro yo.
Los
niños y adolescentes de hoy en día, ya no necesitan la educación de sus padres,
dado que las preguntas existenciales que pudieran surgirles, sólo bastaría con
que las introdujeran en un buscador de internet para que le contesten millones
y millones de páginas web. Este hecho demuestra
la desconexión y el desligamiento de los lazos interpersonales, sobre todo, en
algo tan importante como es la transmisión de una tradición y experiencias
intergeneracionales entre abuelos-padres-hijos, familias, comunidades y la
sociedad en su conjunto, lo que favorece nuestra fragmentación, desprotección y
vulnerabilidad ante la intrusión del vasto aparato ideológico-tecnológico del
sistema en nuestras casas.
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