lunes, 16 de octubre de 2017

Guerra interior.


Hay un momento en la vida en el que nos vemos como Arjuna en el Bhagavad Gita: estamos en el campo de batalla y atisbamos con perplejidad que, enfrente de nosotros, se encuentran nuestros familiares, amigos, maestros, ídolos… Y ahí, es cuando nos damos cuenta de que éstos, a quiénes considerábamos nuestros más fieles compañeros, son, en realidad, nuestros más traidores enemigos… ¿Qué hacemos en ese instante que se nos viene totalmente abajo el mundo de ilusión que nos habíamos creado? ¿Huimos cobardemente de esa visión aterradora de lo real o decidimos, por el contrario, insuflarnos de valor y permanecer, impertérritos e invictos, dispuestos, absolutamente y sin condiciones, para el combate? ¿Acaso tenemos la obstinada capacidad para desprogramarnos, por completo, de todos los apegos, creencias, dependencias, deseos, dogmas, conductas, manías, caprichos, miedos, quimeras y delirios que el otro ha inculcado en nosotros durante vidas? ¿Acaso estamos preparados para combatir contra lo que más amamos?

En realidad, todos nuestros enemigos, son nuestros mejores aliados, ya que con sus constantes putadas, vituperios y ofensas, nos están enseñando un lado de nosotros que no reconocemos, que tapamos y queremos esconder. Ellos nos lo muestran –con intensa virulencia sí optamos por obviarlo–, para que esa fricción que se genera en nosotros, nos moleste, nos azuce y nos duela, y decidamos, por fin, dejar de auto-complacernos en el mediocre conformismo del borrego y vayamos más allá de nuestras temerosas limitaciones (auto)impuestas...

Cuando no comprendemos nada, cuando estamos desquiciados, casi al borde del colapso, en el oscuro abismo, es cuando nos vemos en la absoluta necesidad de prender nuestra llama interior y encender la lumbre increada de nuestro espíritu, quién alumbrará cual faro imperturbable en medio de la tenebrosa tempestad, guiándonos certeramente hacia nuestra auténtica patria: el origen.

Una vez que afrontemos esta ineludible guerra cruel y despiadada, todo nuestro mundo cambiará, ya no seremos los mismos: saldremos renacidos, renovados, totalmente transmutados. Nos habremos liberado de todas las cadenas que nos anclaban en la sombría caverna de nuestros yoes psicológicos. 
Ahora seremos los dueños de nuestro propio cosmos, los señores de nuestra propia existencia; nos convertiremos en el Águila ígnea que, con su encumbrado vuelo, atravesará el fuego incandescente del Sol.

De nuestras cenizas resurgiremos brillantes, divinos y flameantes. 


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