Esa
íntima percepción que aflora cuando estás en silencio, hondamente inmerso en tu interior. Se calma tu cuerpo, se
aquieta tu mente y se expande una sensación de amplitud, agrandamiento,
elevación. Pasas del acostumbrado punto chiquito de lo cotidiano a un centro
que todo lo circunda, que no está en ninguna parte y al mismo tiempo en todas;
allá donde te ubiques, sea tanto en un plano físico como sutil, ahí está
presente, siendo a cada instante, en absoluta plenitud, en serena completud.
Descubres
que eres totalidad, un todo que abarca la nada, una nada que se extiende en el
todo; un sonido de luz, un brillo que resuena más allá del universo, que
integra la suma de sus partes en una compacta y etérea cima, de la que emana su
efluvio divino, su esencia infinita, su aroma eterno, hecho a su imagen y
semejanza, en verbo y carne, en espíritu y materia, en conciliación perpetua de
dos principios opuestos –complementarios–, en connubio mágico, en unión
hierática, en danza perpetua…
Luz
y oscuridad, eso eres tú. Insondable totalidad, arcana presencia, ignoto
enigma, innominado misterio…
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