viernes, 10 de febrero de 2017

La condición divina del Hombre: Desterrando la involución animalista.


Si el nivel del argumento está en que si vemos a una persona y a un perro tirados en la calle, da más pena éste que un ser humano, lo llevamos crudo.

El nivel de deshumanización está creciendo a pasos agigantados, cuya consecuencia directa es el auge de un sentimiento fuertemente animalista. ¿Qué quiere decir que en un mundo como el de hoy donde se vapulea, explota y manipula al ser humano más que nunca aparezca un movimiento que obvie esta cuestión y se centre en la defensa de los derechos de los animales? ¿Por qué se centra en un solo aspecto de la naturaleza  –animales– y no en todos los componentes que integran la misma? ¿Qué hay detrás de esta aniquilación del valor intrínseco de lo humano?

Es misantropía pura y dura. Odio a sí mismos y a su condición humana. Un refugio emocional  en el que se evaden imaginariamente de tanta crueldad, miseria, abominación, mezquindad y odio; un buenismo distorsionado que les hace convertirse en exterminadores de su propia raza: ¿Acaso podemos soportar que todo lo que vemos en lo externo es generado por nosotros internamente? ¿Es mejor taparnos los ojos y mirar hacia otro lado que tomar conciencia de las pulsiones ínferas que emanamos a diario? ¿Pensáis que todo lo que ocurre en el mundo no tiene nada que ver con vosotros? Por eso os dejáis engañar por ideologías prefabricadas que os inoculan un falso redentorismo hacia afuera –en este caso: suplir la carencia emocional y la desesperanza de la propia salvación por la preocupación y pseudo-protección de los pobrecitos animales – con el único propósito de liquidaros internamente (¡y ya de paso liquidar vuestras cuentas bancarias con la rentabilidad que suponen las neo-religiones laico-políticas que han creado aquellos amos vuestros que os consideran como sucios animales!).

Veamos: ¿Cómo puede ser que algo normal como es que en un parque un niño grite, juegue, corra, se mueva… sea reprendido por molestar y asustar a un perro que se encontraba a su lado, cuya dueña –en un acto de desprecio hacia la parte más auténtica de sí misma (su lado niña: inocencia)– le diga al animal: “no le hagas caso, es un niño tonto…” y acto seguido le diera de beber agua de una botella (¡con chupete!) teniendo al lado un fuente?  No sé qué es peor: si el comportamiento de esa mujer, o que el perro se haya convertido en un ser débil, miedoso, lleno de traumas y completamente desanimalizado.


En este caso, no hay nada más egoísta que el animalismo y la pasión desmedida por los animales que existe en la actualidad. Simplemente nace de un vacío existencial y dependencia emocional/afectiva hacia algo externo que lo llene. ¿De verdad tenéis una mascota por amor a los animales o, más bien, para colmar vuestra carencia afectiva?  ¡En realidad estáis demandando amor y manifestado a gritos que alguien os quiera! ¿Pero cómo va a ocurrir lo que inconscientemente pretendéis si no os amáis verdaderamente a vosotros mismos? ¡Es más, si destiláis veneno a todo aquel que no piense como vosotros! ¡Vergüenza debería de daros hablar de amor cuando internamente estáis llenos de un fervoroso rencor de (auto)odio hacia vuestra condición humana.

Es una verdadera aberración que constantemente se publicite la muerte de animales  –como el cansino tema con los toros– y se obvie la enorme carnicería de niños, mujeres y hombres que acontece cada día en el mundo, y no solo por la guerra física –que existe aunque no la televisen–, sino más aún por la psicológica: la forma tan inhumana de vivir en este sistema. ¿No os dais cuenta que los que controlan este sistema os consideran como animales –goyim/cerdos–?  Ellos han creado un zoológico lleno de barrotes invisibles, una granja en la que os engordan de emociones ínferas/densas para alimentarse de vosotros con mecanismos tan sutiles que caéis siempre en sus trampas: defender con uñas y dientes lo que os mata.  

Este proceso de ingeniería social no es más que otra maniobra más para denigrar, humillar y degradar la condición divina del ser humano –la auténtica, verdadera y primigenia– descendiendo al rango de animal, e incluso más bajo que éste: al nivel de bestia, puesto que muchos animalistas se sitúan por detrás y debajo de los animales (¿e insectos?).

¿No os dais cuenta de la inmensa diferencia  que existe entre la cosmovisión del origen divino del ser humano –que poseían los antiguos griegos por ejemplo– respecto a la manipulación ideológica que impera hoy, cuyo dogma sistemático es que descendemos de un mono retrasado? Tanto hemos interiorizado este aberrante credo que así nos consideramos: primates sujetos a la voluntad de dioses castigadores externos…

¡Basta ya de monsergas aborregamentes! ¡Esto ha de terminar de una vez!

Hemos de recuperar nuestra condición divina. En nuestro interior portamos el fuego eterno, ígneo e incandescente del espíritu. Nunca hemos sido animales ni lo seremos jamás. Ahora recordamos nuestro origen y sabemos quiénes somos: Somos Dioses. Y como tal, no nos doblegamos ni nos arrodillamos ante nada ni nadie; si acaso, esos entes traumáticos, llenos de miedo y ciego odio, que nos han esclavizado durante miles de años, deberían estar postrados a nuestros pies. Así es, nuestra voluntad ha despertado y ahora nosotros decidiremos nuestro destino, libre de cadenas y yugos externos.

¡Se acabó vuestro tiempo, míseros cobardes que nunca dais la cara y os escondéis como lagartijas que sois en las sombras y oscuridad!

Cederéis ante el fulgor de nuestros ojos, el centelleo de nuestra presencia, la majestuosidad lumínica de nuestro espíritu y el resplandeciente brillo de nuestra espada... Ha llegado la hora de nuestro reinado,  de la conquista de nuestra auténtica naturaleza divina, de la liberación de nuestro espíritu.



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