En
esta sociedad constantemente juegan con tu sensación de carencia y tu obsesión
por satisfacerla. Por más que lo intentas con los medios que la cultura pone a
tu alcance nunca te deshaces de esa insatisfacción crónica, de esa perpetua
frustración y fallida ansia infinita de completud. ¿Acaso crees que siguiendo
las pautas que te marcan desde afuera vas a alcanzar la dicha colmada que en tu
interior tanto anhelas?
Esa
falla insondable, ese sentirse continuamente deficitario, privado de algo que
es inherentemente tuyo, como si te faltara un elemento esencial de tu propio
ser, esa picazón que bulle desde lo más profundo de ti mismo, siempre está ahí,
es como una mordedura de víbora que te
recuerda que estás incompleto, que por más que haces y te esfuerzas nunca te
sientes pleno totalmente, sino que a lo máximo que puedes llegar es a estar
casi satisfecho, casi descontento, casi tranquilo, casi inquieto, casi alegre,
casi triste, pero nunca nada del todo ni todo de la nada, jamás te hallas en la
plena totalidad, sino en la lacerante y desgarradora medianía de lo informe, de
lo borroso, de lo difuminado, en el confuso reino del sí y el no al mismo tiempo,
del ningún sí completo ni del ningún no total.
Como
a un medio camino neblinoso y serpenteante, sin atisbar ninguna orilla en
derredor, en alta mar y cansado ya de dar brazadas hacia ningún sitio, ninguna
estrella que te guíe, en noche cerrada, en la inmensa y gélida soledad del
cielo nocturno, cuyo sonido se revela hondamente dentro de ti, así escuchas ese
vacío desolador, ese abismo silencioso que se abre profundamente, y que pacientemente
aguarda a que des el paso y saltes de una vez, a que te lances con áspera y
cruda frialdad, sin red, sin cuerda, sin miedo, solamente con el coraje de ser tú mismo…
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