sábado, 2 de marzo de 2024

Salto abismal.

 

En esta sociedad constantemente juegan con tu sensación de carencia y tu obsesión por satisfacerla. Por más que lo intentas con los medios que la cultura pone a tu alcance nunca te deshaces de esa insatisfacción crónica, de esa perpetua frustración y fallida ansia infinita de completud. ¿Acaso crees que siguiendo las pautas que te marcan desde afuera vas a alcanzar la dicha colmada que en tu interior tanto anhelas? 

Esa falla insondable, ese sentirse continuamente deficitario, privado de algo que es inherentemente tuyo, como si te faltara un elemento esencial de tu propio ser, esa picazón que bulle desde lo más profundo de ti mismo, siempre está ahí, es como una mordedura de víbora que te recuerda que estás incompleto, que por más que haces y te esfuerzas nunca te sientes pleno totalmente, sino que a lo máximo que puedes llegar es a estar casi satisfecho, casi descontento, casi tranquilo, casi inquieto, casi alegre, casi triste, pero nunca nada del todo ni todo de la nada, jamás te hallas en la plena totalidad, sino en la lacerante y desgarradora medianía de lo informe, de lo borroso, de lo difuminado, en el confuso reino del sí y el no al mismo tiempo, del ningún sí completo ni del ningún no total.

Como a un medio camino neblinoso y serpenteante, sin atisbar ninguna orilla en derredor, en alta mar y cansado ya de dar brazadas hacia ningún sitio, ninguna estrella que te guíe, en noche cerrada, en la inmensa y gélida soledad del cielo nocturno, cuyo sonido se revela hondamente dentro de ti, así escuchas ese vacío desolador, ese abismo silencioso que se abre profundamente, y que pacientemente aguarda a que des el paso y saltes de una vez, a que te lances con áspera y cruda frialdad, sin red, sin cuerda, sin miedo, solamente con el coraje de ser tú mismo


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