El
sistema, ya sea en lo visible o en lo invisible, para atraparte utilizará tus
grietas, tus fallas, tus pliegues no resueltos donde se infiltrará y los
ensanchará lo máximo que pueda para fragmentarte y dividirte. Vestido con sus
mejores galas, de guirnaldas, con un aire de suntuosidad y ostentación se
posicionará pretendidamente por encima de ti reduciéndote a cero, a un mero
peón carente y necesitado de sus fingidas prebendas que te las venderá como el
vademécum a los argumentos no resueltos de tu vida, en los que te ves envuelto y
que te hacen sufrir y lacerarte. Te ofrecerá sus falsos tesoros, sus coloridas
baratijas, sus ilusas promesas y si te mueves en los terrenos ávidos del hambre arquetípica caerás en su trampa,
en sus fauces, en sus garras más abyectas, pues lo único que quiere es tenerte
manipulado, subyugado, aplastado y así encadenarte a su antojo utilizando tu
“energía fina” en su propio provecho…
¡Sal de ese esquema infame y
esclavista! El poder de esos secuaces infectos procede
de los elementos tanáticos de los incautos de turno, de los deseos incumplidos
de la gran masa informe, de los anhelos no realizados de los muertos, de los
espejismos superpuestos del laberinto espectral que conforma este mundo… Solo tienen influencia sobre lo temporal, lo
finito, lo caduco, lo pendular, sobre los bienes y relaciones establecidas con
los patrones deficitarios del ego, con los automatismos espurios de la
personalidad ficticia, con los vaivenes sinsentido del registro anímico: con
esa necesidad de aprobación ajena, de un poder otorgado por lo externo, de
figurar frente a otros, de sentirte superior y henchirte en tu burbuja de fatua
vanidad y superflua materialidad, en definitiva, juegan con tu insaciable deseo
de colmar tu sed en un quimérico oasis-onírico que nunca lograrás alcanzar… Y
ahí te tienen atado hasta que te das cuenta de ese estado imaginario, de su
envoltura irreal, engañadora, de esa hipnótica mentira que alimenta vidas y
vidas en el samsara…
¡Pero
ya has despertado! Ahora ya no quieres nada de afuera, porque ya tienes lo que
verdaderamente necesitas en tu interior: te tienes a ti mismo, en toda tu vasta
completitud, enteramente pleno, satisfecho, íntegro; viviendo en una realidad espiritual, atemporal, perenne,
inmortal, donde nada perece y todo trasciende, donde las aguas prístinas de la
divinidad se renuevan a sí mismas a cada instante, dónde todo te es autorreferente, correspondiente armónicamente
con lo que tú eres, con tu auténtica naturaleza, donde solamente estás tú
siendo tú, bastándote a ti mismo, en la inmutable cima de tu espíritu, en la
dicha inefable y graciosa de tu propio Sí-Mismo, en el vacío colmado de tu Origen…
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