La
“sociedad burocrática del consumo dirigido” en la que estamos inmersos, se basa
en la instrumentalización de la tecnología, la ciencia, y la utilización masiva
de herramientas “racionales” de dominación, como son, por ejemplo, las
referidas a la psicología de masas.
El
aparato de dominación influencia
ideológicamente en la población para ocultar el desequilibrio económico que
se da en la realidad social, ya que la deriva tecnológica y el consumo
despilfarrador, crean una miseria económica y social difícil de aceptar por el
propio sistema, intentando así invisibilizarla por todos los medios posibles.
Por eso, Ceballos se refiere a nuestra sociedad de “aparente felicidad
consumista” en los siguientes términos:
“la
parafernalia de afanosos y obsesivos compradores de regalos, de alimentos, de
bebidas y de felicidad etiquetada y fugaz, constituye únicamente el
escenario fastuoso que esconde el entramado de explotación y miseria que
prevalece entre individuos, clases y naciones; un mundo desigual e inicuo en
donde las grandes mayorías se encuentran marginadas de los bienes más
elementales”.
Este
pauperismo encubierto –que ya es imposible de encubrir– queda opacado por la
intensa ideologización a la que se somete la población, con los mass media, la propaganda estatal y la
omnipresente publicidad que realiza la función de dulcificación ficticia de la
existencia, impidiéndonos ver la realidad tal y como es. De ahí que la
influencia intrusiva de los aparatos ideológicos del sistema, sea tal, que el
esfuerzo que tenemos que hacer hoy en día para atisbar rasgos de la verdadera
realidad y, más aún, aceptarla en su total crudeza, supone un ejercicio de
heroísmo magnánimo, dado que nunca en la historia hemos estado tan sometidos,
tan subyugados y controlados, ni, por otra parte, hemos sido tan conformistas, sumisos
y manejables.
La
situación en la que estamos sumidos hoy en día,
es sumamente desfavorable para nuestra liberación, tanto individual como
colectiva, puesto que nuestros grilletes se hacen cada vez más visibles y cada
día que pasa nos hundimos un poquito más en el pozo oscuro de la
autodestrucción. Nos hemos dejado llevar por “ensoñaciones” a las que regalamos
nuestro poder, y ahora éste, se nos ha vuelto en contra. Ya somos capaces de
confrontarlo, se nos ha ido de las manos y no tenemos ni el conocimiento ni las
herramientas para enfrentar y revertir esta situación de total desventaja en la
que nos encontramos.
Aquellos
que nos llevan gobernando –en la sombra–
durante milenios, han sabido estructurar un sistema tan perfecto –para sus intereses, obviamente–
que nos subyugan de una forma tan sutil, que ni siquiera nos damos cuenta de
que lo hacen. Esta cuestión, ya la puso de manifiesto Foucault en Vigilar y Castigar, aduciendo que
nuestra sociedad se regía por la sutilidad y la eficacia de unos “mecanismos de
control panóptico” con los que el sistema
puede “vigilar y no ser visto”, o lo que es lo mismo, nos monitorea,
controla y manipula sin que nos demos cuenta de ello. De este modo, es así como nos viven, nos piensan, nos sienten, nos hablan y nos sueñan… ¿Y
todavía nos creemos que hacemos algo por iniciativa propia? Claro que sí, nos
creemos que vivimos en el paraíso de la libertad, es más, nos convencemos de que
somos la especie más evolucionada del universo y que todo lo demás es barbarie
y salvajismo animal. Pero, ¿no será que nosotros somos los bárbaros y los
salvajes? Porque si nos detenemos a pensar, quizás salimos muy mal parados: ¿quiénes
están destruyendo el planeta? ¿Quiénes se están autodestruyendo a sí mismos como especie y exterminando a los
demás seres vivos que conviven con él en su mismo planeta?
Los
ideólogos del sistema, nos han creado una percepción totalmente distorsionada de
la realidad en la que vivimos, hasta el punto de que llegamos a percibir este mismo
sistema como un entorno natural, cuyo entramado estructural y relacional es innato
a nuestra propia esencia; que es algo
“de toda la vida”, que siempre ha estado ahí, que nos ha acompañado desde nuestro
nacimiento como especie. Pero entonces, si afirmamos esto, deberíamos aceptar
que nuestra esencia es desigualdad, voluntad de
poder, dominación, violencia, avaricia, competitividad, intimidación, codicia,
esclavitud, vanidad, usura, cálculo, miseria, envidia, mezquindad, egolatría, opresión,
humillación, tiranía, miedo, mediocridad, terrorismo, fanatismo, dogmatismo, engreimiento, narcisismo, solipsismo y
egoísmo, por lo que podríamos pensar lo siguiente: ¿el capitalismo ha estado
siempre en nosotros?, es más, ¿nosotros somos el capitalismo? No sabemos si alcanzaremos a responder a tal
pregunta, pero lo que sí que es seguro, es que hemos interiorizado tanto estas
“máximas” del sistema, que se han inyectado genéticamente en nuestra esencia, hasta
el punto de naturalizar ese comportamiento regresivo y creer que así seremos
capaces de evolucionar, de recrear en la tierra el paraíso del que una vez
fuimos expulsados. Por tanto, estamos totalmente equivocados, al pensar que la
sociedad que hemos creado es el mejor de los mundos posibles, ya que si escarbamos,
solamente un poco, en nuestro interior,
veremos que hemos dado vida a una auténtica monstruosidad que nos está
carcomiendo por dentro.
Estamos,
pues, como ya hemos señalado anteriormente, en una “granja humana” compuesta por un ganado esclavizado –nosotros–,
cuya única finalidad es ser sumiso y obedecer a sus amos para alimentarlos.
Además, nos han hecho creer que no existe alternativa ninguna a este sistema,
que es algo que viene dado por alguna fuerza superior a la nuestra y que
debemos resignarnos y aceptar la humillación cotidiana a la que estamos
supeditados. De ahí que nadie luche ni alce la voz. No hay ningún ser que grite la verdad de la principal
causa de nuestro estado de esclavitud. Nos
moldean a su gusto e interés, y nos manipulan a su antojo a través de un
proceso de socialización-programación teledirigido, en el que nos inoculan,
tanto consciente como inconscientemente, una cosmovisión concreta de
experiencias, deseos, aspiraciones, proyección social y de relación con otros
totalmente mediatizada por los aparatos mediático-culturales.
Este
proceso, no es simplemente una adaptación al ambiente del entorno para
sobrevivir, sino que supone, como plantea Marcuse, una “mimesis” en la que el
individuo se fusiona con la sociedad, concibiendo a ésta como a un “todo” integrado en su propio ser,
por lo que nuestra psicología es invadida por creencias y dogmas externos que
interiorizamos y que expresamos de forma automática sin tener constancia de
ellos, lo que hace que se reproduzca un modelo de vida (auto)impuesto, de modo que
toda nuestra vida está automatizada e invadida hasta el absurdo por proclamas
del sistema que nos recuerdan lo que debemos
creer, pensar o hacer en cada momento.
En
este aspecto, como bien señala Habermas, estamos inmersos en un proceso de
“colonización del mundo de la vida” en el que el sistema se ha apropiado de
nuestra existencia para adueñarse de ella en su totalidad, estrechándose así, aún más, el espacio para expresarnos tanto
exteriormente, en la cultura y en la sociedad, como internamente, en el
desarrollo de nuestra propia interioridad subjetiva. Este proceso adquiere una
gran relevancia, en tanto que ya no somos dueños de nuestro propio pensamiento y
comportamiento, sino que somos teledirigidos hacia un destino prefabricado, del
que ya no tenemos escapatoria. Por tanto, esto lleva a cuestionarnos qué es
aquello que actúa en nosotros cuando nos expresamos en el contexto funcional de
la sociedad: ¿nuestro “yo-sistema” o nuestro “yo-soberano”?
Entonces,
dependiendo de la elección de cada uno de ellos, así será nuestro nivel de
soberanía autónoma frente al sistema, lo
que conlleva inexorablemente que entre ambos exista una relación inversamente
proporcional: cuanto más presente se haga el “yo-sistema” más se desplazará y
aminorará el “ yo-soberano” que existe en nosotros, y en consecuencia,
más dependientes, obedientes y sumisos al sistema seremos; no así al contrario,
ya que cuanto más presente esté el “yo-soberano” en nosotros, más
independientes, autónomos y libres seremos. Lamentablemente, esto último, en
nuestra sociedad actual, brilla por su ausencia. La manifestación del “yo-sistema”
es la que impera en los individuos del mundo de hoy, cuya llama interna, se
está marchitando para apagarse por completo y desaparecer por siempre.
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