domingo, 11 de junio de 2017

“Mundo colonizado”. Naturalización de un entorno prefabricado.




La “sociedad burocrática del consumo dirigido” en la que estamos inmersos, se basa en la instrumentalización de la tecnología, la ciencia, y la utilización masiva de herramientas “racionales” de dominación, como son, por ejemplo, las referidas a la psicología de masas.    

El aparato de dominación influencia ideológicamente en la población para ocultar el desequilibrio económico que se da en la realidad social, ya que la deriva tecnológica y el consumo despilfarrador, crean una miseria económica y social difícil de aceptar por el propio sistema, intentando así invisibilizarla por todos los medios posibles. Por eso, Ceballos se refiere a nuestra sociedad de “aparente felicidad consumista” en los siguientes términos:

“la parafernalia de afanosos y obsesivos compradores de regalos, de alimentos, de bebidas y de felicidad etiquetada y fugaz, constituye únicamente el escenario fastuoso que esconde el entramado de explotación y miseria que prevalece entre individuos, clases y naciones; un mundo desigual e inicuo en donde las grandes mayorías se encuentran marginadas de los bienes más elementales”. 

Este pauperismo encubierto –que ya es imposible de encubrir– queda opacado por la intensa ideologización a la que se somete la población, con los mass media, la propaganda estatal y la omnipresente publicidad que realiza la función de dulcificación ficticia de la existencia, impidiéndonos ver la realidad tal y como es. De ahí que la influencia intrusiva de los aparatos ideológicos del sistema, sea tal, que el esfuerzo que tenemos que hacer hoy en día para atisbar rasgos de la verdadera realidad y, más aún, aceptarla en su total crudeza, supone un ejercicio de heroísmo magnánimo, dado que nunca en la historia hemos estado tan sometidos, tan subyugados y controlados, ni, por otra parte, hemos sido tan conformistas, sumisos y manejables. 

La situación en la que estamos sumidos hoy en día,  es sumamente desfavorable para nuestra liberación, tanto individual como colectiva, puesto que nuestros grilletes se hacen cada vez más visibles y cada día que pasa nos hundimos un poquito más en el pozo oscuro de la autodestrucción. Nos hemos dejado llevar por “ensoñaciones” a las que regalamos nuestro poder, y ahora éste, se nos ha vuelto en contra. Ya somos capaces de confrontarlo, se nos ha ido de las manos y no tenemos ni el conocimiento ni las herramientas para enfrentar y revertir esta situación de total desventaja en la que nos encontramos.         

Aquellos que nos llevan gobernando –en la sombra–  durante milenios, han sabido estructurar un sistema  tan perfecto –para sus intereses, obviamente– que nos subyugan de una forma tan sutil, que ni siquiera nos damos cuenta de que lo hacen. Esta cuestión, ya la puso de manifiesto Foucault en Vigilar y Castigar, aduciendo que nuestra sociedad se regía por la sutilidad y la eficacia de unos “mecanismos de control panóptico” con los que el sistema  puede “vigilar y no ser visto”, o lo que es lo mismo, nos monitorea, controla y manipula sin que nos demos cuenta de ello.  De este modo, es así como nos viven, nos piensan, nos sienten, nos hablan y nos sueñan… ¿Y todavía nos creemos que hacemos algo por iniciativa propia? Claro que sí, nos creemos que vivimos en el paraíso de la libertad, es más, nos convencemos de que somos la especie más evolucionada del universo y que todo lo demás es barbarie y salvajismo animal. Pero, ¿no será que nosotros somos los bárbaros y los salvajes? Porque si nos detenemos a pensar, quizás salimos muy mal parados: ¿quiénes están destruyendo el planeta? ¿Quiénes se están autodestruyendo  a sí mismos como especie y exterminando a los demás seres vivos que conviven con él en su mismo planeta?                    

Los ideólogos del sistema, nos han creado una percepción totalmente distorsionada de la realidad en la que vivimos, hasta el punto de que llegamos a percibir este mismo sistema como un entorno natural, cuyo entramado estructural y relacional es innato a nuestra propia esencia;  que es algo “de toda la vida”, que siempre ha estado ahí, que nos ha acompañado desde nuestro nacimiento como especie. Pero entonces, si afirmamos esto, deberíamos aceptar que nuestra esencia es desigualdad, voluntad de poder, dominación, violencia, avaricia, competitividad, intimidación, codicia, esclavitud, vanidad, usura, cálculo, miseria, envidia, mezquindad, egolatría, opresión, humillación, tiranía, miedo, mediocridad, terrorismo, fanatismo, dogmatismo,  engreimiento, narcisismo, solipsismo y egoísmo, por lo que podríamos pensar lo siguiente: ¿el capitalismo ha estado siempre en nosotros?, es más, ¿nosotros somos el capitalismo?  No sabemos si alcanzaremos a responder a tal pregunta, pero lo que sí que es seguro, es que hemos interiorizado tanto estas “máximas” del sistema, que se han inyectado genéticamente en nuestra esencia, hasta el punto de naturalizar ese comportamiento regresivo y creer que así seremos capaces de evolucionar, de recrear en la tierra el paraíso del que una vez fuimos expulsados. Por tanto, estamos totalmente equivocados, al pensar que la sociedad que hemos creado es el mejor de los mundos posibles, ya que si escarbamos, solamente un poco, en nuestro interior,  veremos que hemos dado vida a una auténtica monstruosidad que nos está carcomiendo por dentro.  

Estamos, pues, como ya hemos señalado anteriormente, en una “granja humana”  compuesta por un ganado esclavizado –nosotros–, cuya única finalidad es ser sumiso y obedecer a sus amos para alimentarlos. Además, nos han hecho creer que no existe alternativa ninguna a este sistema, que es algo que viene dado por alguna fuerza superior a la nuestra y que debemos resignarnos y aceptar la humillación cotidiana a la que estamos supeditados. De ahí que nadie luche ni alce la voz. No hay ningún ser que grite la verdad de la principal causa de nuestro estado de esclavitud.  Nos moldean a su gusto e interés, y nos manipulan a su antojo a través de un proceso de socialización-programación teledirigido, en el que nos inoculan, tanto consciente como inconscientemente, una cosmovisión concreta de experiencias, deseos, aspiraciones, proyección social y de relación con otros totalmente mediatizada por los aparatos mediático-culturales.     

Este proceso, no es simplemente una adaptación al ambiente del entorno para sobrevivir, sino que supone, como plantea Marcuse, una “mimesis” en la que el individuo se fusiona con la sociedad, concibiendo a ésta  como a un “todo” integrado en su propio ser, por lo que nuestra psicología es invadida por creencias y dogmas externos que interiorizamos y que expresamos de forma automática sin tener constancia de ellos, lo que hace que se reproduzca un modelo de vida (auto)impuesto, de modo que toda nuestra vida está automatizada e invadida hasta el absurdo por proclamas del sistema que nos recuerdan lo que debemos  creer, pensar o hacer en cada momento.        

En este aspecto, como bien señala Habermas, estamos inmersos en un proceso de “colonización del mundo de la vida”  en el que el sistema se ha apropiado de nuestra existencia para adueñarse de ella en su totalidad, estrechándose así, aún más, el espacio para expresarnos tanto exteriormente, en la cultura y en la sociedad, como internamente, en el desarrollo de nuestra propia interioridad subjetiva. Este proceso adquiere una gran relevancia, en tanto que ya no somos dueños de nuestro propio pensamiento y comportamiento, sino que somos teledirigidos hacia un destino prefabricado, del que ya no tenemos escapatoria. Por tanto, esto lleva a cuestionarnos qué es aquello que actúa en nosotros cuando nos expresamos en el contexto funcional de la sociedad: ¿nuestro “yo-sistema” o nuestro “yo-soberano”?

Entonces, dependiendo de la elección de cada uno de ellos, así será nuestro nivel de soberanía autónoma frente al sistema,  lo que conlleva inexorablemente que entre ambos exista una relación inversamente proporcional: cuanto más presente se haga el “yo-sistema” más se desplazará y aminorará el  “ yo-soberano”  que existe en nosotros, y en consecuencia, más dependientes, obedientes y sumisos al sistema seremos; no así al contrario, ya que cuanto más presente esté el “yo-soberano” en nosotros, más independientes, autónomos y libres seremos. Lamentablemente, esto último, en nuestra sociedad actual, brilla por su ausencia. La manifestación del “yo-sistema” es la que impera en los individuos del mundo de hoy, cuya llama interna, se está marchitando para apagarse por completo y desaparecer por siempre.

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