domingo, 19 de marzo de 2017

El origen somos todos.




Podemos asegurar que todos nos debemos a todos. Nuestra única misión de vida es existir aquí para encontrarnos y reconocernos como seres emanados de un Todo al que, todos sin excepción, pertenecemos. El arché de Parménides, no es más que nuestro origen, nuestra fuente de creación, nuestra emanación profunda del ser, porque todos somos y pertenecemos al ser original, a lo que realmente es, por lo tanto, no existe lo que no es, sino sólo el ser en su omnipresente totalidad.

Los seres humanos estamos hechos de la conciencia del ser, y en consecuencia, todos somos lo mismo en esencia. Ya es momento de eliminar de raíz los preceptos, creencias y dogmas religiosos-culturales que nos han dominado durante milenios, tergiversando la realidad de nuestra propia naturaleza. No existen individuos, grupo de individuos o razas determinadas que por designios divinos de un dios demiúrgico usurpador –que ha suplantado un lugar que no es suyo– vengativo y maléfico les concede el derecho a someter, oprimir, explotar y esclavizar a los demás seres existentes en el universo, ya que simplemente, todos procedemos del mismo origen, somos divinos. Ya no hay nadie mejor que el otro, no debemos competir pisando a los demás, porque no hay prisa ni premio por llegar antes que otro a un determinado lugar que alguien ajeno a nuestro interior ha impuesto externamente.

El único premio al que podemos acceder ya está en nosotros, es simplemente ser consciente y existir en un mundo donde haya cabida y expresión para la creatividad de todo el mundo, y en el que las diferencias y particularidades que cada uno poseemos, ni mucho menos debe ser un motivo para separarnos, agredirnos u odiarnos, sino un motivo para celebrar conjuntamente entre todos. La manifestación de la diversidad y autenticidad de nuestro ser, es el mayor regalo que el universo nos ha podido hacer, y que nosotros por agradecimiento, debemos devolvérselo a través de nuestro compartir con los otros. Por eso, a medida que expresamos nuestra condición única a los otros, más expandimos dicha condición, y más nos enriquecemos interiormente. Este es el verdadero recuerdo: cuanto más auténticos seamos con nosotros mismos y con los demás, más amor recibiremos del universo en su conjunto. De ahí que tanto el conocimiento de que procedemos de una misma fuente como que nuestra condición auténtica, irrepetible, singular y única es un don que nos ha otorgado el universo para que lo compartamos con los demás y así, enriquecernos individual y colectivamente, debería ser el acicate para que nuestra vida y existencia en este mundo fuera una continua celebración de armonía, serenidad, dicha y bienaventuranza entre todos y cada uno de nosotros.


Leer:  La Rebelión Autárquica. Ensayo sobre la liberación del ser en tiempos de espejismo social


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