miércoles, 22 de marzo de 2017

Imperturbabilidad polar.


No puede seguir impune avasallando tu realidad. Párale los pies. Determina tu límite y házselo saber. Si el otro utiliza la violencia ciega, tú dirígela, encáuzala y vertébrala hacia la firmeza y fortaleza de tu voluntad; ejecútala sin miramiento ni contemplaciones. No permitas que salgan a tu encuentro síntomas de compasión, piedad, temor, duda o titubeo.  Que no tiemble nunca tu mano cuando has de empuñar el sable y utilizarlo para dar el golpe decisivo y culminante. Si por más que lo intentas el otro sigue invadiendo tu territorio, estás legitimado para hacerle frente y subyugarle por completo a tu voluntad, es más, si ves conato de peligrosidad, has de eliminarlo, aniquilarlo y extirpar su pestis de tu inmaculado horizonte.

No tengas miedo a utilizar tu fuerza, tu energía y tu vehemencia para defender tus dominios. Imponte y yérguete. Ejerce el derecho (y la obligación) a preservar tu integridad y libertad propia. No dudes en utilizar veneno si el otro te está molestando continuamente: ¿Qué se hace con una plaga de cucarachas? ¡Exterminarla! Pues eso has de hacer con aquellos elementos ínferos que el otro ha puesto en ti. ¡Erradícalos de una vez! No te quedes esperando a que desaparezcan por sí solos o a que otro venga a hacerlo por ti. Tu eres el responsable de tu existencia, si por tu inacción dejas entrar a virus infectos, éstos se multiplicarán hasta carcomer tus defensas y usurpar tu trono.

Nunca toleres que esto suceda. Antes, ejecuta tu férrea voluntad con contundencia, vigor y determinación para expulsar todo intruso que no sea bienvenido a tu castillo. Si algo de afuera te procura una mejora, un crecimiento en la conjunción de los elementos ya integrados que presentas en tu interior, abre las puertas para expandirte hacia lo alto; pero, por el contrario, si el elemento externo es para achicarte, someterte y corroerte, destrúyelo sin pensártelo dos veces. Actúa con la energía gélida de tu soberanía interior y ejerce tu áurea autoridad. 

Simplemente, elévate hacia las alturas imperturbables del albor polar de tu interior y aplica el fuego frío: el furor olímpico, el ardor regio de tu sangre, la voluntad ígnea de tu espíritu.

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