jueves, 27 de abril de 2017

La voluntad hedonista. Goce consumista y vocación tanática.



En la actualidad, la idea de felicidad sigue más vigente que nunca, pero las condiciones sociales y económicas son totalmente distintas a las de hace unos años, donde todo parecía ser un mundo de felicidad inacabable. ¿Y ahora qué? Pues parece ser que seguimos añorando esos años de consumo desenfrenado para disfrutar del hedonismo y placerismo sensualista-material, de ahí que pidamos que mejoren las “dádivas” dentro del sistema, y no su total ruptura y eliminación, puesto que eso supondría que las ideas enfermizas de la sociedad de consumo vigente –bienestar y calidad de vida– desaparezcan por completo.   

Nos hemos convertido, pues,  en un producto prefabricado de los valores preconizados por la fun morality, en la que la “fiesta” es el valor central de nuestra vida.  Tal y como plantea Eguizábal, en nuestra sociedad “No divertirse es perder el tiempo, todavía más: es malgastar la vida. El disfrute es una obligación”. Esto significa que nuestra vida se haya banalizado y degradado a tal extremo, que hace que simplemente existamos para que llegue el fin de semana y poder salir a los bares, ligar a oscuras junto a un estridente ruido en las discotecas, alcoholizarnos y olvidar así la triste vida que hacemos de lunes a viernes, puesto que las condiciones actuales del trabajo asalariado, suponen una explotación y obediencia a un sistema que nos humilla, nos ridiculiza, nos hace sentir como una basura, y que, además, se aprovecha de nosotros porque sabe que nuestra situación es precaria y debilitada; por lo que siempre optamos por callar, doblegarnos y arrodillarnos para poder “malvivir” en esta estafa crónica en la que nos roban vida tras vida… Desde esta óptica, Ceballos plantea lo siguiente:

 “La sociedad mediática contemporánea parecería ser un ámbito bullicioso y festivo en donde se le rinde culto al placer y en el cual reina la alegría que suscita el acceso libre al inmenso arsenal de productos que ofrece el mercado capitalista (…)  Pero la parafernalia de afanosos y obsesivos compradores de regalos, de alimentos, de bebidas y de felicidad etiquetada y fugaz, constituye únicamente el escenario fastuoso que esconde el entramado de explotación y miseria que prevalece entre individuos, clases y naciones”.

Por lo tanto, aquí podemos darnos cuenta sobre la estratagema de control-tortura psicológica a la que nos somete el sistema para languidecernos, debilitarnos y desorientarnos. Por un lado, nos da espacio para la diversión, la seducción, lo lúdico y lo eufórico de la “fiesta”, y por otro, nos presenta la obligación, la opresión, la coerción y la represión en su cara más cruda, lo que supone, siguiendo a Ceballos, que la fisionomía más característica de nuestra sociedad “resulta ser más autodestructiva que hedonista, más tanática que erótica”.        

La sociedad de consumo se ha transformado en la sociedad de “hiperconsumo hedonista.”  El acto de consumir lo tenemos tan interiorizado, que no podemos vivir sin adquirir artículos, productos o experiencias mediatizadas mercantilmente con coste monetario de por medio. De modo que la instrumentalización consumista de nuestra sociedad, se ha instalado en nuestra  genética, para no irse jamás.

El hiperconsumismo que asola nuestros días, se apoya en la ligereza e instintivo impulso libidinal de la  fun morality en la que “toda la vida cotidiana vibra con los encendidos cánticos a la diversión, a los placeres del cuerpo y los sentidos”, convirtiéndonos así , en animales irreflexivos y ganado manso para ser conducidos a través de las emociones más bajas. Esta situación inducida nos deja en un estado de indolencia y debilidad, al no ser dueños de nuestros propios devaneos emocionales y psíquicos, por lo que, ante ese temor hedonista de nuestra frágil resistencia ante el dolor y la adversidad, nos dejamos llevar por un deseo de absoluta prevención ante lo que podría presentarse como una perturbación de nuestra ilusoria burbuja de comodidad y conformidad sensualista en la que nos escondemos para no sufrir. Lo que se traduce en que todo lo externo, es un continuo peligro para nosotros, por eso, debemos modificar el exterior para adecuarlo a nuestro propio confort, a nuestra propia seguridad, a nuestro propio placer.  Por ende,  todo debe ser excesivamente funcional, aséptico y ”confort en el confort”,  que no suponga demasiado esfuerzo para nuestra cansada vida y que, sobre todo, ahorre tiempo, dado que éste nos engulle, nos fagocita en su aceleración, no lo podemos ni aprehender, ni tocar, ni sentir, es algo que no podemos ni comprar ni vender; está más allá de nosotros, pero aun así, estamos atrapados en él, encadenados a sus designios, a sus compartimentos estancos, a sus estructuras determinadas, a la linealidad de su composición, que a su vez,  nos funde con lo denso, y nos atraviesa con su paso.   
         
Lipovetsky señala que en esta sociedad hiperconsumista, “se afirman nuevos comportamientos caracterizados por la exigencia de eficacia y rapidez, por la preocupación obsesiva de ganar tiempo”, hasta el punto de que esta “conducta obsesiva” se ha convertido en la característica principal de nuestra sociedad, dado que se manifiesta en la intensidad en la que hay que vivir la vida;  todo ya, ahora mismo, en el presente. Por tanto, en la dictadura del tiempo real en la que nos vemos envueltos,  es un delito “perder” o “malgastar” el tiempo, todo debe ser ya, inmediato. De esta manera, cuando el impulso acontece en el instante presente, sin mediar pensamiento o  reflexión, el estímulo del hedonismo consumista nos arrastra hacia sus virulentas garras de irrealidad escapista, donde nos evadimos de la realidad para buscar esa seguridad pérdida, ese tiempo arrebatado, ese deseo enfermizo e inconsciente de perfección que anhelamos en nuestro vacío de imperfección vital.

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