En
la actualidad, la idea de felicidad sigue más vigente que nunca, pero las condiciones
sociales y económicas son totalmente distintas a las de hace unos años, donde
todo parecía ser un mundo de felicidad inacabable. ¿Y ahora qué? Pues parece
ser que seguimos añorando esos años de consumo desenfrenado para disfrutar del
hedonismo y placerismo sensualista-material, de ahí que pidamos que mejoren las
“dádivas” dentro del sistema, y no su
total ruptura y eliminación, puesto que eso supondría que las ideas enfermizas
de la sociedad de consumo vigente –bienestar y calidad de vida– desaparezcan
por completo.
Nos
hemos convertido, pues, en un producto
prefabricado de los valores preconizados por la fun morality, en la que la “fiesta”
es el valor central de nuestra vida. Tal
y como plantea Eguizábal, en nuestra sociedad “No divertirse es perder el
tiempo, todavía más: es malgastar la vida. El disfrute es una obligación”. Esto
significa que nuestra vida se haya banalizado y degradado a tal extremo, que hace
que simplemente existamos para que llegue el fin de semana y poder salir a los
bares, ligar a oscuras junto a un estridente ruido en las discotecas, alcoholizarnos y olvidar así la triste vida que
hacemos de lunes a viernes, puesto que las condiciones actuales del trabajo
asalariado, suponen una explotación y obediencia a un sistema que nos humilla,
nos ridiculiza, nos hace sentir como una basura, y que, además, se aprovecha de
nosotros porque sabe que nuestra situación es precaria y debilitada; por lo que
siempre optamos por callar, doblegarnos y arrodillarnos para poder “malvivir”
en esta estafa crónica en la que nos roban vida tras vida… Desde esta óptica,
Ceballos plantea lo siguiente:
“La sociedad mediática contemporánea parecería
ser un ámbito bullicioso y festivo en donde se le rinde culto al placer y
en el cual reina la alegría que suscita el acceso libre al inmenso arsenal de
productos que ofrece el mercado capitalista (…)
Pero la parafernalia de afanosos y obsesivos compradores de regalos, de
alimentos, de bebidas y de felicidad etiquetada y fugaz, constituye
únicamente el escenario fastuoso que esconde el entramado de explotación y
miseria que prevalece entre individuos, clases y naciones”.
Por
lo tanto, aquí podemos darnos cuenta sobre la estratagema de control-tortura
psicológica a la que nos somete el sistema para languidecernos, debilitarnos y
desorientarnos. Por un lado, nos da espacio para la diversión, la seducción, lo
lúdico y lo eufórico de la “fiesta”, y por otro, nos presenta la obligación, la
opresión, la coerción y la represión en su cara más cruda, lo que supone,
siguiendo a Ceballos, que la fisionomía más característica de nuestra sociedad
“resulta ser más autodestructiva que hedonista, más tanática que erótica”.
La
sociedad de consumo se ha transformado en la sociedad de “hiperconsumo
hedonista.” El acto de consumir lo
tenemos tan interiorizado, que no podemos vivir sin adquirir artículos,
productos o experiencias mediatizadas mercantilmente con coste monetario de por
medio. De modo que la instrumentalización consumista de nuestra sociedad, se ha
instalado en nuestra genética, para no
irse jamás.
El
hiperconsumismo que asola nuestros días, se apoya en la ligereza e instintivo
impulso libidinal de la fun morality en la que “toda la vida
cotidiana vibra con los encendidos cánticos a la diversión, a los placeres del
cuerpo y los sentidos”, convirtiéndonos así , en animales irreflexivos y ganado
manso para ser conducidos a través de las emociones más bajas. Esta situación
inducida nos deja en un estado de indolencia y debilidad, al no ser dueños de
nuestros propios devaneos emocionales y psíquicos, por lo que, ante ese temor
hedonista de nuestra frágil resistencia ante el dolor y la adversidad, nos
dejamos llevar por un deseo de absoluta prevención ante lo que podría
presentarse como una perturbación de nuestra ilusoria burbuja de comodidad y
conformidad sensualista en la que nos escondemos para no sufrir. Lo que se
traduce en que todo lo externo, es un continuo peligro para nosotros, por eso,
debemos modificar el exterior para adecuarlo a nuestro propio confort, a
nuestra propia seguridad, a nuestro propio placer. Por ende,
todo debe ser excesivamente funcional, aséptico y ”confort en el
confort”, que no suponga demasiado esfuerzo para nuestra
cansada vida y que, sobre todo, ahorre tiempo, dado que éste nos engulle, nos
fagocita en su aceleración, no lo podemos ni aprehender, ni tocar, ni sentir,
es algo que no podemos ni comprar ni vender; está más allá de nosotros, pero aun
así, estamos atrapados en él, encadenados a sus designios, a sus compartimentos
estancos, a sus estructuras determinadas, a la linealidad de su composición,
que a su vez, nos funde con lo denso, y
nos atraviesa con su paso.
Lipovetsky
señala que en esta sociedad hiperconsumista, “se afirman nuevos comportamientos
caracterizados por la exigencia de eficacia y rapidez, por la preocupación
obsesiva de ganar tiempo”, hasta el punto de que esta “conducta obsesiva” se ha
convertido en la característica principal de
nuestra sociedad, dado que se manifiesta en la intensidad en la que hay que
vivir la vida; todo ya, ahora mismo, en
el presente. Por tanto, en la dictadura del tiempo real en la que nos vemos envueltos, es un delito “perder” o “malgastar” el tiempo,
todo debe ser ya, inmediato. De esta manera, cuando el impulso acontece en el
instante presente, sin mediar pensamiento o
reflexión, el estímulo del hedonismo consumista nos arrastra hacia sus
virulentas garras de irrealidad escapista, donde nos evadimos de la realidad
para buscar esa seguridad pérdida, ese tiempo arrebatado, ese deseo enfermizo e
inconsciente de perfección que anhelamos en nuestro vacío de imperfección
vital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario