lunes, 14 de noviembre de 2016

Orgullo refulgente.


¿Por qué todo está montado para que claudiques y te rindas? ¿Por qué nada más salir de tu espacio íntimo todo lo externo se vuelve hacia ti para humillarte? ¿Por qué la gravedad te arrastra tanto hacia abajo para que no puedas volar? ¿Por qué hay que callar, obedecer y “amoldarse a lo que hay”?

Siempre recibiendo órdenes, mandatos y acatamientos de los demás; siempre agachando las orejas y agazapando el rostro contra el suelo. Nada de este mundo se merece tus lágrimas, ni un mísero céntimo. Tú honor y dignidad no tienen precio; mantenerte íntegro, ser fiel a ti mismo y actuar acorde a tu propia naturaleza no son mercancía, sino tus señas de identidad.

Obviamente ser tú mismo a cada instante, pocas gratificaciones materiales te dará en este mundo ¿pero eso a quién le importa? Tu crédito será espiritual; se acrecentará tu fuerza, tu voluntad, tu vitalidad, tu vigor, tu coraje, tu amor propio, tu ORGULLO. En efecto, que algo tan importante para nuestra autoconstrucción interna como es el orgullo sea tan perseguido en la estructura cultural tiene su razón de ser y su justificación ulterior, como es la de negarnos la identidad propia de nuestro YO, para así vernos sometidos al otro, sumisos a sus designios, a sus dictados, subyugados a los deseos de ese mismo que nos chupa la energía, que nos roba nuestro aliento, que nos inyecta sus dosis diarias de sufrimiento, dolor y angustia para alimentar su insaciable ansia de vanidad, poder y control.

¿Pero qué hemos de hacer ante esta situación? ¿Seguir aceptando nuestra condición de esclavos perpetuos? ¿Consentir que tenemos un amo ajeno a nosotros mismos y no hacer nada?

Digamos basta. Basta de ser los “eternos aprendices”, de ser los “sempiternos discípulos” que siempre se están disculpando de todo lo que hacen y que continuamente han de estar “aprendiendo” de sus errores para llegar a ser algún día como su “amo” y así poder someter a otros esclavos incautos y serviles.

Se terminó el acumular experiencias para “aprender”;  eso no vale para nada. Plántate y yérguete. En tu interior tienes las armas necesarias para disputar esta guerra. Adéntrate en ti y púlelas. Haz que reluzcan y empúñalas. Ahora es el momento de utilizarlas, sí, de imponer tu voluntad y reverdecer a todo a tu paso.

No permitas que lo ínfero se adueñe de ti, canaliza tu energía y sírvete de las circunstancias que te ofrezca la vida para ir ganando terreno propio, para reconquistar la patria que te cercenaron y que te pertenece por derecho divino: tu espíritu.

Este es el momento en que más has de resistir el embate de lo externo: ten el cuerpo templado, el ánimo decidido y  la mente serena.  

Con la refulgencia del rayo te encaminarás hacia tu objetivo; ¿a qué esperas? Pronto estarás VIVO.



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