martes, 22 de noviembre de 2016

La responsabilidad del abismo.


Te las das de maduro y de estar por encima de las cosas, pero éstas te demuestran una y otra vez el largo camino que te queda aún por recorrer. Aún sigues con los espejismos atolondrados de un adolescente, con un bullente complejo materno y con el miedo a hacerte mayor, a lo que implica ser adulto y responsable de tus actos, es decir, dejar de ser un pueril infante.

No caben más excusas ni justificaciones. Las has gastado todas y no te queda ninguna en la recámara; si no das ya el salto y te enfrentas a tu abismo: nunca serás libre.

Enseguida echas la culpa a los demás, a las circunstancias, a todo lo externo, en definitiva, a la realidad que un día tu deseaste crear y que, ahora, materializada en ti, abominas. Ponte, de una vez, de acuerdo contigo mismo.  Sé coherente e integro con tu palabra, sentimiento y acto.  No digas más unas veces que sí, otras que no, otras que no sabes: eso no es más que estulticia pendular y de alma fagocitada sin criterio ni direccionalidad trascendente alguna en la vida.

Encáuzate, pues,  y canaliza tu energía en algo concreto, en algo que realmente desees con unidad de criterio. Discierne bien qué es lo que aflora en tu interior y ve a por ello sin condiciones, sosteniéndote férreamente, con toda tu atención y fuerzas puestas en su consecución.

No seas un niño rabioso que se enfada porque las cosas no le salen como en su fantasmagórica e ilusoria imaginación había planeado. Acepta la realidad y permanece en lo que es. Afróntala, con fortaleza y gallardía de ánimo, y escúchate a ti mismo; sabrás cuál será tu cometido primordial en tu sendero vital: retornar a tu naturaleza y conquistar, por primera vez, tu propia existencia.

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