lunes, 14 de noviembre de 2016

Cicatrices ígneas: Resistiendo a la soledad de ser quién eres.


Basta ya de elitismos y camarillas selectas repletos de engreídos que se piensan de una casta superior. Aquí no hay ni superiores ni inferiores. Todos tenemos las mismas heridas, los mismos problemas, las mismas aspiraciones, expectativas, esperanzas y miedos. Lo único que cambia son las múltiples formas cambiantes con las que se manifiestan en la realidad; si escarbamos un poco más allá de la mera apariencia, una misma raíz nos iguala a todos por el mismo rasero: el miedo. ¿Y de dónde nace este? Del miedo a la muerte.

Intentamos acaparar objetos, bienes, relaciones, posesiones, imágenes y creencias que nos otorguen seguridad y nos eliminen la incertidumbre que aflora en nosotros cuando pensamos que este cuerpo y esta mente con la que en este mundo nos identificamos, pronto desaparecerá. Esto no nos deja vivir en paz, siempre una vocecita nos recuerda que somos finitos, prescindibles, perecederos y que del humus procedemos y a él volveremos.  ¿Por qué no somos capaces de soportar esa tensión interna? ¿Por qué no aceptamos ese hecho tan natural como la vida misma?

No lo podemos aguantar.  Eso corroe nuestras entrañas y en vez de aceptarlo e integrarlo en nosotros;  escapamos, huimos, nos evadimos en lo imaginario y nos construimos una “imagen” egoica –personalidad artificial comandada por cientos de yoes psicológicos– que nada tiene que ver con lo que es: nuestra auténtica esencia.  Ante la angustia y la inmensa sensación de soledad que nos produce la visión nítida y transparente de lo real, nos quedamos atónitos, a solas con nosotros mismos, nos vemos en el espejo de la realidad, nos contemplamos desnudos por primera vez; es tal la congoja que nos entra en este instante, que enseguida volvemos a cerrar los ojos, y preferimos dormir de nuevo, soñar otra vez, hundirnos en el hipnotismo de sufrimiento perpetuo  y placer efímero que  hemos inventado.

No resistimos a la contemplación de nuestro verdadero Yo. Por eso nos agrupamos con más personas, por eso mismo nos refugiamos en el fascinador gregarismo que nos deslumbra con sus ardides y hechizos fantasmagóricos.  En efecto, nos encerramos voluntariamente en la imaginación para no sentir esa soledad inconmensurable que sentimos en ese momento que se nos ha descubierto nuestra identidad original, creyendo que nos salvaremos, y así es, nos salvaremos de LIBERARNOS, de una vez por todas, de nuestras ataduras, nudos, cadenas y yugos; de romper la muralla mental que opaca nuestra luz; de salir, por fin, del laberinto que nosotros mismos hemos creado.

Afrontemos la soledad de ser auténticamente nosotros mismos; si esto nos asusta, no habrá más elección que aislarnos en lo gregario,  en la medianía traumática de la mayoría, en el conflicto dialéctico de lo social, en el enfrentamiento sistemático con el otro, es decir, contigo mismo.

No te creas superior ni inferior a nadie. Sigues teniendo el mismo miedo a la muerte que tu vecino y éste el mismo que tú. Evita comparaciones con el otro y labra tu propio camino. Para ello sólo hay una manera de actuar: Pruébate a ti mismo y comprobarás en tus propias carnes donde tienes las programaciones mentales que te hacen caer una y otra vez. No desistas por ello, lo mismo que te hace tropezar, te hará levantar y avanzar; dirígete hacia aquello que te duela, que te atemorice o angustie, acéptalo y trasciéndelo.

Este proceso lo has de transitar tú solo. No te distraigas en ideologías, sectas, religiones, creencias o grupúsculos que enaltezcan tu personalidad artificial. Deja a un lado los narcóticos espiritualistas prefabricados para confundirte y entra de lleno en ti mismo, en la espiritualidad verdadera: en la acción individual de transmutación interna.

Atento:

Si en el espejo del mundo diario tus heridas siguen a flor de piel, continúa por ahí, no huyas, hurga más en tus heridas, penetra en ellas, comprende por qué están ahí y por qué sangran en determinados momentos y circunstancias. No sucumbas a la tentación de escapar e ir a lo cómodo, a lo controlado y a lo ya conocido. 

No tengas ninguna idea preconcebida de ti mismo y haz lo que la vida te proponga, acepta la realidad tal cuál es y refléjate en ella, encuéntrate  a través de ella, tú eres ella, sublímala: sublímate; accede a las áureas cumbres de tu espíritu. Si te sostienes en ti mismo hagan lo que te hagan y digan lo que te digan, te volverás fuerte y seguro de ti mismo. Eros ganará la partida a thanatos. Vivirás en una vital eternidad, en una creatividad inmortal.

Mantente imperturbable ante las miradas de los demás: ellos no son ni más ni menos que tú; tampoco tú eres ni más ni menos que ellos: tú eres tú y ellos son ellos, pero ellos forman parte indisoluble de ti y tú de ellos.  Mira dentro de ti y verás la totalidad: Serás ellos y tú, tú y ellos.

No te hieras más. Cierra tus cicatrices y su resplandor ígneo hará brillar tu Ser.

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